miércoles, 4 de noviembre de 2009

El célebre retablo de Nuestra Señora de la Soledad.


Respaldando a el altar mayor de la ermita de la Soledad, enmarca y acoge la imagen que patronalmente sirve de entrañable devoción en este pueblo. Es peana, pedestal, camarín y estancia del dolor de María, unido aquí al dolor cotidiano de la vida. Es magno por sus dimensiones, tanto materiales como espirituales, pues aparte de ocupar la totalidad del testero fondo de la ermita fue levantado por el amor de un pueblo hacia la Madre de Dios, en uno de esos casos donde la organización humana en pos de una idea común, hace entregar lo mejor de cada uno para construir una obra ejemplar.

Pocos son ahora los que valoren consecuentemente el significado íntegro de la devoción a Nuestra Señora de la Soledad, localizado concretamente en su ermita, centralizado en aquel frontis arquitectónico de madera dorada que da paso al camarín, pero en la relativa lejanía de finales del siglo XVIII tubo lugar una serie de acontecimientos que marcarían para siempre la relación de los cantillaneros con la Virgen de la Soledad. De aquella maravillosa confluencia de iniciativas, encaminadas a renovar la situación de la Ermita y de la hermandad surgió el retablo que hoy nos ocupa, proponemos sobre él una contemplación especial, pues junto con la ermita son las mejores pruebas de valor que demuestran las elevadas cotas que se alcanzaron en tan heroica empresa.


Hemos querido llamarlo célebre, como lo llamó en 1797 aquel ejemplar sacerdote cantillanero, José Velázquez, elegido mayordomo de la cofradía de la Soledad en 1792[1] y verdadera alma mater de la famosa reconstrucción que sufrió la ermita a fines del siglo XVIII. Para entender mejor el origen de este retablo es necesario retraerse hasta el extraño y grave deterioro que sufrió la fábrica de la antigua ermita a partir de la mitad del siglo XVIII. Relacionado posiblemente con el seísmo del 1 de noviembre de 1755, que afectó especialmente a la zona occidental de Andalucía. El terremoto de Lisboa pudo influir en aquel deterioro pero en ningún caso podemos confirmar que fuera la causa del derribo de la antigua ermita y ejecución de una nueva. En ningún documento del momento se menciona el terremoto, pero si se constata que hasta el año 1763 la ermita estuvo en pleno funcionamiento[2]. Posiblemente en esas fechas se produjera un gran deterioro que motivó su posterior derrumbe, por lo que las imágenes de Nuestra Señora de la Soledad y el Cristo yacente tuvieran que ser trasladadas a la parroquia. Allí permanecieron veintisiete años, según relata la crónica elaborada tras la terminación de las obras, después de los cuales regresaron en solemne procesión para inaugurar la nueva ermita y ser situados en el extraordinario emplazamiento que los hijos de este pueblo le habían levantado.
La principal fuente histórica que nos ha llevado a hablar este año sobre el retablo ha sido la publicación, hace varios años, de un estudio recopilatorio de documentos de finales del siglo XVIII, relacionados con retablos y esculturas, elaborado por el profesor Francisco Sabas Ros González, en el que se incluía la contratación del retablo cantillanero. El retablo fue encargado el día 5 de julio de 1793[3], siendo mayordomo José Velázquez, quien solo algunos meses antes había conseguido concluir la obra de la ermita, según denuncia él mismo, algo demorada y paralizada, pero que había remontado hasta su perfecta finalización el 8 de diciembre de 1792. Entendemos con esto que se perseguía un objetivo uniforme, es decir, la construcción de un conjunto acorde con la devoción, pues no mediaron ni siete meses desde la terminación de las obras al encargo del nuevo retablo.

Fueron las manos de los tallistas Manuel Cayetano de la Cruz y José Mayorga las que llevaron a cabo esta enorme obra, concluida su talla en tan solo cuatro meses. El acuerdo de este contrato establecido con los maestros tallistas y la hermandad de la soledad, especifica la construcción de un retablo según el diseño que emos hecho y se hall/a aprobado por toda la hermandad, a el qual le emos de añadir un/ medallón de medio reliebe para el segundo cuerpo, esculpi-/da en él la Santisima Trinidad, y en el camarín de dicha santisima yma-/gen de la Soledad un cuerpo de luces y una peana para la/ Señora, frontalera, atriles, sacras, tablas de Evangelios y seis/ candelabros. Todas estas especificaciones se entienden como ampliación de la idea primera, es decir, al diseño original entregado para su aprobación a la hermandad y del que no tenemos constancia ni conocimiento se le añadieron: el relieve de la Trinidad, la peana de la Virgen y un cuerpo de luces hoy desaparecido[4], el frontal y un servicio de altar compuesto por sacras, atriles, evangelios y candelabros del que no se conserva nada.

Todo el trabajo contratado se tasó en 13000 reales de Vellón, de cuyo pago se conservan dos recibos en el mismo legajo del archivo de Protocolos Notariales, en los que curiosamente aparece el mayordomo José Velásquez como representante de la Hermandad de la Soledad[5], haciendo entrega de 6000 y 4000 reales respectivamente. Suponemos que el último pago también se realizó pero que al mismo tiempo se encargaron mas cosas, puesto que el coste total del retablo que se declara en las cuentas de 1797 se cifra en 22000 reales. No sabemos con certeza si esa diferencia fue causada por los gastos de traslado y albañilería para colocarlo[6] o por el encargo de otras obras a los mismos tallistas como pueden ser las bellas portadas laterales o los ángeles lampareros, piezas que evidencian el mismo autor pero de las que aún no tenemos constancia documental.

La talla del retablo fue concluida en octubre de 1793, asimismo se termina la talla del interior del camarín, de la que no se habla explícitamente en el contrato del retablo y que en las cuentas nombra de forma individual en 4300 reales. En febrero del año 1794 se bendijo el nuevo recinto y el día 23 una solemne procesión acompañada de todo el pueblo entronizó a la Virgen en su nueva casa, en uno de los momentos más gloriosos para la historia de Cantillana. Para demostrar la permanencia de la devoción vemos como se continuó con el dorado de la peana de la Virgen y el frontal, lo que ascendió a 3550 reales y posteriormente, en 1795 el dorado del camarín que se elevó a 11320 reales[7]. En los sucesivos años venideros continuaría la hermandad de la Soledad con el dorado completo del retablo, de las portadas de las sacristías y con toda seguridad en los retablos laterales de San Juan y la Magdalena, conjunto todo ello ejecutado bajo el mismo lápiz, gubia y mente, pues su asombrosa uniformidad lo corrobora científicamente.

La obra resultante de tanto esfuerzo es el retablo que hoy orgullosos disfrutan los cantillaneros, formado por tres calles, un cuerpo y ático, articulado por seis grandes columnas de orden corintio con fuste acanalado, elevadas sobre pilares y asentadas como todo el retablo en un zócalo de perfil panzudo e imitación marmórea. En los intercolumnios, se sitúan las imágenes de San Miguel y San José en sendas repisas de elegantísimo corte. En la calle central, la mesa del altar, frontalera decorada con pilastras y guirnaldas laureadas, da paso a la urna donde se sitúa la imagen antigua del Cristo yacente, formada por un frontis de dos grandes volutas encontradas y sus cristales. Encima se abre paso un arco abocinado que es marco para el camarín donde está Nuestra Señora, en una elevada peana sostenida por cuatro ángeles y jarrón central, rodeada por toda la sala de preciosa decoración dieciochesca en madera dorada sobre fondos, en origen, de estucos marmóreos y toda una completa iconografía pasionistica que preside en la bóveda de aristas una pequeña gloria con el Espíritu Santo, da luz al conjunto una ventana trasera con los emblemas de la corporación en los postiguillos que cubren unas encantadoras vidrieras de la época con los anagramas de Cristo y María. En el ático, un alto relieve central de la Trinidad acompañado por dos columnas a cada lado, concluido en la gloria con tres cabezas de querubes.

Toda su ornamentación corresponde a la estética neoclásica, emanada del clasicismo académico que promulgaba la Real Academia de bellas artes de San Fernando, fundación regia nacida con el objetivo de derrocar el gusto barroco e implantar las formulas ilustradas y afrancesadas del nuevo estilo. Son en esencia guirnaldas de laurel, lazos o cintas con borlas y motivos de lacería con cartela o espejo central. Todo ello condicionado a la fuerte presencia arquitectónica, siempre concisa, monumental y académica. Como nota curiosa diremos que este retablo se encuentra en la frontera entre lo barroco y lo neoclásico, pues solo dos meses antes se contrató el que sería primer retablo ilustrado en Sevilla, fue el mayor de la parroquia de Omniun Sanctorum que se hizo con imitaciones de mármoles sobre estuco, como decretaba la real orden emitida en 1777 por Carlos III. El retablo de la Soledad se hizo sin embargo en la ancestral tradición de la madera dorada, prueba evidente de la impopularidad del estilo académico y de la permanencia de las formulas barrocas.


Para terminar queremos hacer hincapié en la idea de conjunto que redunda en todo aquel ámbito. El retablo se completó con portadas arquitectónicas que dan paso a las sacristías, formadas por dos columnas corintias, frontón recto partido y hornacina superior, con Santa Rita a la derecha y el patrón San Sebastián a la izquierda. Dos preciosos ángeles lampareros sin ningún tipo de mal disfraz, el tornavoz del pulpito y dos pequeños doseles para colgar exvotos hoy desgraciadamente perdido y los retablos del crucero, anteriormente mencionados, de la misma estructura que el mayor, dedicados a San Juan y la Magdalena y en los áticos San Pedro y San Pablo respectivamente. Bello es este conjunto pero lamentable las pérdidas que ha sufrido. Para que nuestro patrimonio se estime convenientemente van encaminadas estas letras y una última noticia y recomendación para la hermandad de la Soledad, sabida es su intención de restaurar las sacristías y la construcción de una sala anexa, sin dudar de su buen criterio y gusto, antes bien, apelando a su bien hacer, alertamos sobre la necesidad ética de conservar las puertas y rejas originales que dan a la calle, obras ejecutadas en 1796 con las limosnas del pueblo de Cantillana, con las que concluyen las cuentas y memoria elaboradas en 1797 como final de la reconstrucción de la ermita de la Soledad.


Antonio López Hernández


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[1] Concretamente fue elegido mayordomo de forma interina a principios de enero de 1792, por encontrarse su antecesor enfermo. Fue corroborado en el cargo el 5-III-1792 tras la muerte de Juan de Solís. A.H.S. libro de cabildos, cuentas, 1797.

[2] A.H.S. libro de cabildos, cuentas, 1763.

[3] A.H.P.SE., sección Protocolos Notariales, leg. 777, año 1793, fol.1083-v.

[4] Se trataba de una bella crestería formada por volutas y mecheros donde se introducían las velas, se perdió tras la obra de la década de los setenta pero se conservan restos y fotografías de la época.

[5] A.H.P.SE., sección Protocolos Notariales, leg. 777, año 1793, fol.1194-v y 1434-v.

[6] A el cual estaba obligada la hermandad por cláusula expresa del contrato mencionado.

[7] A.H.S. libro de cabildos, cuentas, 1797.