Próximos como estamos a ver hecha realidad la idea de
recuperación del paso del Sepulcro y la restauración de nuestro valioso
titular, el Santísimo Cristo Yacente, dedicamos todos nuestros esfuerzos en
plantear el estudio aproximado del devenir histórico de esta imagen, así como
su valoración artística y devocional en Cantillana.
Solo un pálido reflejo de la devoción popular que antaño
tuvo esta bendita efigie es la que ha llegado hasta nuestros días. De un
privilegiado puesto en el orden de la procesión del Viernes Santo, hasta ocupar
el primero, encabezando casi la marcha del cortejo para “controlar” el paso de
San Juan y la Magdalena, es solo un ejemplo de su descenso jerárquico.
Toda una semblanza vital llena de graciosas pero también
tristes anécdotas rodea por completo su voluptuosa existencia. El concurrido
sermón del descendimiento, la sobrecogedora urna de cristales aguados, la
procesión de entierro, los judíos, la historia, y por qué no decirlo, la
novelería humana, los ha trocado en apenas un legendario recuerdo.
El antiguo Cristo que recibe culto bajo la maternal mirada
de la Virgen de la Soledad, pertenece artísticamente a la moda manierista de
corriente italiana que llegó a Sevilla a partir del establecimiento de artistas
de gran envergadura como es el castellano Juan Bautista Vázquez el Viejo en
1557, considerado iniciador de la escuela sevillana de escultura e introductor
de la monumentalidad de Miguel Ángel en esta ciudad. A esta influencia
manierista podemos adscribir claramente la Imagen cantillanera, no obstante,
desarrolla los rasgos formales propios de la corporeidad miguelangelesca;
fuerte torso, cabeza cuadrada, ceño y nariz recta... que fueron tan difundidos
por toda Europa durante la segunda mitad del siglo XVI.
La moda tridentina promovió la procesión externa y el uso de
imágenes didácticas para catequizar al pueblo.
De América llego la moda de los
cristos de pasta de maguey, muy ligeros de portar en las procesiones y en
Sevilla se desarrolló la tipología de cristos fabricados con moldes que se
rellenaban de una pasta vegetal y luego de ensamblaban sus miembros por medio
de una sencilla estructura de madera interior; resultaron tan reales, tan
efectivos y tan baratos que casi podemos hablar del lanzamiento de su
producción en cadena. Desgraciadamente estas prácticas imágenes tienen como
gran inconveniente su extrema fragilidad y la mayoría se han perdido fruto de
la mala conservación.
La imagen de Nuestro Señor está contratada el 13 de Enero de
1583 por Martín Blasco, mayordomo de la Cofradía de la Soledad con el pintor de
imaginaría Juan de Santamaría, ante el escribano público del oficio 21, sita en
la calle Tundidores, actual Hernando Colon. En dicho contrato el artista Juan
de Santamaría se compromete a ejecutar un lote completo procesional para la
hermandad de la Soledad, consistente en un Cristo de Resurrección, un Cristo
fecho de gonces de descendimiento de cuz y para el sepulcro, un sepulcro de
madera, e cinco Ángeles de blanco... con las ynsinias de la Pasión, las
pariguelas de olio, y más una imagen de nra sra de Pasión, y un Calvario con su
cruz...con sus parihuelas. Por todo ello se fijan los plazos de entrega y el
precio de 80 ducados. De estas piezas sabemos con seguridad que han
desaparecido: el Cristo resucitado, tres Ángeles, todas las parihuelas y la
urna.
Este importante documento ha sido
considerado por algunos fecha de fundación de la hermandad, afirmación que no
se sostiene de forma científica, puesto que en el contrato se menciona a Martín
Blasco como mayordomo de la cofradía de la Soledad, lo que quiere decir que ya
existía una congregación y hasta el funcionamiento cotidiano de sus cargos. De
todos modos es hasta ahora el primer documento referente a la hermandad de la
Soledad que poseemos, de forma que es lícito colocar alrededor de esta fecha el
mítico inicio de la Cofradía.
Acerca de Juan de Santamaría nada sabemos, no se han
encontrado más contratos suyos ni piezas que se le puedan adscribir, parece ser
una isla dentro del mar de artistas que poblaron la floreciente Sevilla de
finales del siglo XVI. La imagen cristífera que nos ocupa a llegado hasta
nosotros en un grave estado de deterioro, a lo largo de cuatro siglos las
reparaciones se han sucedido continuamente: repintes, encarnaduras,
mutilaciones,... le han labrado el aspecto actual.
En origen su apariencia seria bien diferente, ayudado de
testimonios orales y de la comparación con otras imágenes semejantes, podemos
establecer una aproximación a su forma primitiva. Poseía peluca de pelo natural
recogido a la cabeza por una corona de espinas, sudario o faldellín de tejido y
articulaciones en los hombros como especie de bisagras llamadas gonces, nombre
general que recibieron este tipo de cristos articulados; agujeros en pies y
manos para introducir los clavos que lo sujetaban a la cruz y por supuesto un
tipo de encarnadura más mortecina. Además de todo esto, el Cristo del sepulcro
ha perdido la mitad de su función original, pues fue concebido y construido
para dos actos esenciales, el descendimiento y el entierro, hoy solo se ejecuta
el segundo y con bastantes cambios formales.
Alterar la función primigenia de una obra de arte es robarle
su sentido y el porqué de su existencia, de tal modo que una futura
restauración ideal tendría necesariamente que ir acompañada de la recuperación
del antiguo rito del descendimiento de la cruz como vuelta a la originalidad de
su función. Este acto piadoso se tiene documentado en Sevilla desde finales del
siglo XVI, pero sus orígenes se remontan al medioevo castellano. Por lo
sentimental que resultaba escenificar la bajada del cuerpo de Cristo muerto a
la hora misma en que falleció, fue adquiriendo gran arraigo popular hasta el
punto de prohibirse en el año 1604 por el sínodo del cardenal Fernando Niño de
Guevara, para evitar las escenas de llantos y lamentos que se producían en la
iglesia en el momento de descender el santo cuerpo. Esta decisión no conllevará
la desaparición del rito en la totalidad de la provincia de Sevilla, puesto que
siguió celebrándose en lugares donde contaba con fuerte tradición, recordemos
por ejemplo en caso del vecino pueblo de Alcalá del Río. Pudo ser este el caso
de Cantillana, donde se tiene documentado el acto del descendimiento en los
libros de actas de 1688-1699 y 1735-1738. Este acto iba unido a la celebración
del sermón del descendimiento y se realizaba en la mañana del viernes Santo,
jornada que queda aun genéticamente unida a la actualidad en el hecho
tradicional de visitar a la ermita de nuestra patrona la mañana del Viernes
Santo.
Según la crónica Sevillana el acto daba comienzo a las tres
de la tarde, cuando cuatro sacerdotes revestidos con albas blancas y estolas
negras subían a la cruz por unas escaleras y sacándole los clavos lo ataban
cuidadosamente y lo descendían ante el sollozo de los espectadores. Luego lo
presentaban a la Virgen Dolorosa y lo amortajaban en el sepulcro para iniciar
el simbólico entierro.
La situación del cristo del
Sepulcro no deja de ser hoy sorprendente, 421 años de historia han logrado
menguar su devoción popular, pero en cambio han potenciado su valor artístico e
histórico de forma inusitada, ya que se trata de uno de los pocos ejemplares de
cristos de pasta preparado para el descendimiento, documentado y con contrato
de autoría. Debido a esto, la hermandad, consiente del valor de la obra y todo
aquello que le es propio, cree preciso tener entre sus principales objetivos la
restauración de la imagen, así como de su urna procesional y la recuperación
del antiguo rito del descendimiento que encajado posiblemente en la noche del
Viernes de Dolores, pondría punto final a los cultos del septenario.
La situación actual es esperanzadora; hemos comenzado el
ambicioso proyecto con la petición del informe diagnóstico y propuesta de
tratamiento de la imagen al instituto andaluz de patrimonio histórico, como ya
se hizo con el manto de salida de Rodríguez Ojeda. Tras esto comenzaríamos, si
los hermanos así lo desean con la ansiada restauración de nuestro titular,
seguida de la recuperación de todo su conjunto procesional. Con este paso, la
hermandad y el pueblo de Cantillana, recuperaran parte de su historia que por
circunstancias le fue truncada. Entonces, solo entonces aquel Viernes Santo tan
añorado, se recreara en un viso de realidad.
Confiaremos que Dios ilumine nuestros proyectos como hasta
ahora ha venido haciéndolo y que la Santísima virgen de la Soledad, siga
guiando nuestros pasos y continué ejerciendo como soberana y augusta patrona de
Cantillana.
Revista Tiempo de pasión Nº 11 (semana Santa 2005)