miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Santo Cristo del Sepulcro

Próximos como estamos a ver hecha realidad la idea de recuperación del paso del Sepulcro y la restauración de nuestro valioso titular, el Santísimo Cristo Yacente, dedicamos todos nuestros esfuerzos en plantear el estudio aproximado del devenir histórico de esta imagen, así como su valoración artística y devocional en Cantillana.

Solo un pálido reflejo de la devoción popular que antaño tuvo esta bendita efigie es la que ha llegado hasta nuestros días. De un privilegiado puesto en el orden de la procesión del Viernes Santo, hasta ocupar el primero, encabezando casi la marcha del cortejo para “controlar” el paso de San Juan y la Magdalena, es solo un ejemplo de su descenso jerárquico.

Toda una semblanza vital llena de graciosas pero también tristes anécdotas rodea por completo su voluptuosa existencia. El concurrido sermón del descendimiento, la sobrecogedora urna de cristales aguados, la procesión de entierro, los judíos, la historia, y por qué no decirlo, la novelería humana, los ha trocado en apenas un legendario recuerdo.

El antiguo Cristo que recibe culto bajo la maternal mirada de la Virgen de la Soledad, pertenece artísticamente a la moda manierista de corriente italiana que llegó a Sevilla a partir del establecimiento de artistas de gran envergadura como es el castellano Juan Bautista Vázquez el Viejo en 1557, considerado iniciador de la escuela sevillana de escultura e introductor de la monumentalidad de Miguel Ángel en esta ciudad. A esta influencia manierista podemos adscribir claramente la Imagen cantillanera, no obstante, desarrolla los rasgos formales propios de la corporeidad miguelangelesca; fuerte torso, cabeza cuadrada, ceño y nariz recta... que fueron tan difundidos por toda Europa durante la segunda mitad del siglo XVI.
La moda tridentina promovió la procesión externa y el uso de imágenes didácticas para catequizar al pueblo. 
De América llego la moda de los cristos de pasta de maguey, muy ligeros de portar en las procesiones y en Sevilla se desarrolló la tipología de cristos fabricados con moldes que se rellenaban de una pasta vegetal y luego de ensamblaban sus miembros por medio de una sencilla estructura de madera interior; resultaron tan reales, tan efectivos y tan baratos que casi podemos hablar del lanzamiento de su producción en cadena. Desgraciadamente estas prácticas imágenes tienen como gran inconveniente su extrema fragilidad y la mayoría se han perdido fruto de la mala conservación.

La imagen de Nuestro Señor está contratada el 13 de Enero de 1583 por Martín Blasco, mayordomo de la Cofradía de la Soledad con el pintor de imaginaría Juan de Santamaría, ante el escribano público del oficio 21, sita en la calle Tundidores, actual Hernando Colon. En dicho contrato el artista Juan de Santamaría se compromete a ejecutar un lote completo procesional para la hermandad de la Soledad, consistente en un Cristo de Resurrección, un Cristo fecho de gonces de descendimiento de cuz y para el sepulcro, un sepulcro de madera, e cinco Ángeles de blanco... con las ynsinias de la Pasión, las pariguelas de olio, y más una imagen de nra sra de Pasión, y un Calvario con su cruz...con sus parihuelas. Por todo ello se fijan los plazos de entrega y el precio de 80 ducados. De estas piezas sabemos con seguridad que han desaparecido: el Cristo resucitado, tres Ángeles, todas las parihuelas y la urna.

Este importante documento ha sido considerado por algunos fecha de fundación de la hermandad, afirmación que no se sostiene de forma científica, puesto que en el contrato se menciona a Martín Blasco como mayordomo de la cofradía de la Soledad, lo que quiere decir que ya existía una congregación y hasta el funcionamiento cotidiano de sus cargos. De todos modos es hasta ahora el primer documento referente a la hermandad de la Soledad que poseemos, de forma que es lícito colocar alrededor de esta fecha el mítico inicio de la Cofradía.

Acerca de Juan de Santamaría nada sabemos, no se han encontrado más contratos suyos ni piezas que se le puedan adscribir, parece ser una isla dentro del mar de artistas que poblaron la floreciente Sevilla de finales del siglo XVI. La imagen cristífera que nos ocupa a llegado hasta nosotros en un grave estado de deterioro, a lo largo de cuatro siglos las reparaciones se han sucedido continuamente: repintes, encarnaduras, mutilaciones,... le han labrado el aspecto actual.

En origen su apariencia seria bien diferente, ayudado de testimonios orales y de la comparación con otras imágenes semejantes, podemos establecer una aproximación a su forma primitiva. Poseía peluca de pelo natural recogido a la cabeza por una corona de espinas, sudario o faldellín de tejido y articulaciones en los hombros como especie de bisagras llamadas gonces, nombre general que recibieron este tipo de cristos articulados; agujeros en pies y manos para introducir los clavos que lo sujetaban a la cruz y por supuesto un tipo de encarnadura más mortecina. Además de todo esto, el Cristo del sepulcro ha perdido la mitad de su función original, pues fue concebido y construido para dos actos esenciales, el descendimiento y el entierro, hoy solo se ejecuta el segundo y con bastantes cambios formales.

Alterar la función primigenia de una obra de arte es robarle su sentido y el porqué de su existencia, de tal modo que una futura restauración ideal tendría necesariamente que ir acompañada de la recuperación del antiguo rito del descendimiento de la cruz como vuelta a la originalidad de su función. Este acto piadoso se tiene documentado en Sevilla desde finales del siglo XVI, pero sus orígenes se remontan al medioevo castellano. Por lo sentimental que resultaba escenificar la bajada del cuerpo de Cristo muerto a la hora misma en que falleció, fue adquiriendo gran arraigo popular hasta el punto de prohibirse en el año 1604 por el sínodo del cardenal Fernando Niño de Guevara, para evitar las escenas de llantos y lamentos que se producían en la iglesia en el momento de descender el santo cuerpo. Esta decisión no conllevará la desaparición del rito en la totalidad de la provincia de Sevilla, puesto que siguió celebrándose en lugares donde contaba con fuerte tradición, recordemos por ejemplo en caso del vecino pueblo de Alcalá del Río. Pudo ser este el caso de Cantillana, donde se tiene documentado el acto del descendimiento en los libros de actas de 1688-1699 y 1735-1738. Este acto iba unido a la celebración del sermón del descendimiento y se realizaba en la mañana del viernes Santo, jornada que queda aun genéticamente unida a la actualidad en el hecho tradicional de visitar a la ermita de nuestra patrona la mañana del Viernes Santo.

Según la crónica Sevillana el acto daba comienzo a las tres de la tarde, cuando cuatro sacerdotes revestidos con albas blancas y estolas negras subían a la cruz por unas escaleras y sacándole los clavos lo ataban cuidadosamente y lo descendían ante el sollozo de los espectadores. Luego lo presentaban a la Virgen Dolorosa y lo amortajaban en el sepulcro para iniciar el simbólico entierro.

La situación del cristo del Sepulcro no deja de ser hoy sorprendente, 421 años de historia han logrado menguar su devoción popular, pero en cambio han potenciado su valor artístico e histórico de forma inusitada, ya que se trata de uno de los pocos ejemplares de cristos de pasta preparado para el descendimiento, documentado y con contrato de autoría. Debido a esto, la hermandad, consiente del valor de la obra y todo aquello que le es propio, cree preciso tener entre sus principales objetivos la restauración de la imagen, así como de su urna procesional y la recuperación del antiguo rito del descendimiento que encajado posiblemente en la noche del Viernes de Dolores, pondría punto final a los cultos del septenario.
La situación actual es esperanzadora; hemos comenzado el ambicioso proyecto con la petición del informe diagnóstico y propuesta de tratamiento de la imagen al instituto andaluz de patrimonio histórico, como ya se hizo con el manto de salida de Rodríguez Ojeda. Tras esto comenzaríamos, si los hermanos así lo desean con la ansiada restauración de nuestro titular, seguida de la recuperación de todo su conjunto procesional. Con este paso, la hermandad y el pueblo de Cantillana, recuperaran parte de su historia que por circunstancias le fue truncada. Entonces, solo entonces aquel Viernes Santo tan añorado, se recreara en un viso de realidad.

Confiaremos que Dios ilumine nuestros proyectos como hasta ahora ha venido haciéndolo y que la Santísima virgen de la Soledad, siga guiando nuestros pasos y continué ejerciendo como soberana y augusta patrona de Cantillana.


Revista Tiempo de pasión Nº 11 (semana Santa 2005)