miércoles, 4 de noviembre de 2009

Evolución estetica de la Imagen de Ntra. Sra. de la Soledad



Todo cambia, todo se altera por el mero paso del tiempo. Así ha pasado siempre y de igual modo ocurre con nuestra venerada imagen titular, que no absorta a esta dimensión ha sufrido el transcurrir de la historia, marcándole sus vitales estragos; unas veces para bien, otras para mal, en la materia de su forma, en la estética de la escultura y de manera clara en su vestuario, que es al fin y al cabo parte integrante de la propia imagen. Esta evolución es la que nosotros trataremos de abordar de forma simple y abocetada, acercándoles las escasas pero descriptivas fuentes que nos hablan de los estados con que Cantillana ha conocido a su patrona a lo largo de casi cinco siglos.

Para empezar sería conveniente, casi necesario, intentar aclarar, en la medida de lo posible, el confuso origen de la imagen de la Soledad, asociada a un goticismo tardío de la Sevilla del S. XVI.
Aferrándonos a fuentes más veraces, encontramos el documento más antiguo que se refiere a la cofradía. Es el contrato de 1583 del pintor Juan de Santamaría, con el que el mayordomo contrató un lote completo de imágenes procesionales, entre las que se encuentran el hierático Cristo del sepulcro y la cruz con el pequeño monte calvario de angulosas rocas, además de un Cristo de resurrección, hoy desaparecido; y cinco ángeles pasionarios, de los que sólo se conservan dos, junto a una enigmática efigie de nuestra Señora de Pasión con su manto de bayeta negra y un sudario con la corona de espinas y tres clavos, que podría concordar perfectamente con la imagen de la Soledad histórica, si no fuese porque el artista citado era maestro pintor que legalmente sólo podía trabajar la escultura en pasta, y la dolorosa que hoy conocemos es tallada en madera. Al margen de tales divagaciones y centrando el asunto, sólo podemos afirmar, fuese esta imagen u otra de similares características, que estudiamos una talla de solemne frontalidad y regia figura, de marcado carácter arcaizante. Vestida de negro luto, color que a nuestra imagen le es casi inherente, sigue el modelo iconográfico medieval; de esta forma se ha difundido su devoción y la han conocido las generaciones de sus hijos.
Con la referencia a una imagen de nuestra señora, vestida de negro empuñando los emblemas del sufrimiento de su hijo, nos quedamos; intuyendo que esta fue su estética en momentos en los que el tiempo transcurría lento y las modas mucho más. Esto es a lo largo de los siglos XVII y XVIII, pues desconocemos cualquier cambio o atributo extra hasta los albores del XIX, siglo determinante para la hermandad, pues la marcará imprimiéndole un sello decimonónico, que a duras penas subyace hasta nuestros días. De principios de esta centuria es el grabado anónimo que nos proporciona la primera imagen gráfica de nuestra titular (Fig. 1); aparece en su camarín, con líneas simplistas, propias del neoclasicismo entonces vigente, de delicioso sabor popular. Se representa con saya y manto de riguroso color negro, sin bordados, con corona y media luna a los pies, luciendo un largo cíngulo con apliques de elementos pasionales en el que reconocemos el gallo, la columna, los clavos,... etc., piezas perdidas en la actualidad que, como tantas otras cosas, el tiempo y la ignorancia relegaron al olvido. Destaca mucho más el rostrillo, que hoy podríamos denominar monacal, asimilación perfectamente barroca de la moda femenina del s. XVII.

Llegada la plenitud del s. XIX y con ella todos los adelantos técnicos que conoció el mundo, llegó también la fotografía, prueba inequívoca de la realidad inmediata, capta como nunca la fría instantánea que perpetuará el momento; como aquella en la década de 1870 aprox. , en el que la Virgen vestía con amplio candelero. Nos referimos, claro, a la primera fotografía que se conserva, en la que destaca una forma más evolucionada de vestir (Fig. 2). Continúa el color negro, pragmático, como hemos dicho, en una saya y manto de motivos vegetales bordados en oro, fechados en el último tercio del s. XVIII. y largo cordón con borlas, luciendo por primera vez la corona de plata sobredorada, obra de Palomino, y que hoy se reserva para los días grandes. En lo referente al tocado, se ha abandonado el rostrillo dieciochesco por un peto de gasa, más al gusto romántico, cuajado de alhajas, que suponemos propiedad de las más nobles damas cantillaneras, que a lo largo de la historia han pertenecido a la cofradía, encargándose de vestir a la Virgen como ellas mismas se vestían, incorporando de forma ingenua las modas femeninas a la propia imagen, como se refleja en el gran candelero que copia los polleros de los suntuosos trajes femeninos de la segunda mitad del s. XIX.


Tanto el manto como la saya desaparecieron posteriormente, al igual que la peana y la media luna de plata {alusiva a la iconografía apocalíptica) (Fig. 3), espléndidas obras del s. XVIII. que la Virgen utilizaba en su salida, como vemos en una fotografía de 1885 aprox., donde encontramos a la Virgen en el portentoso paso de palio de terciopelo negro y crestería con leyenda de plata, por desgracia también perdido. La imagen guarda la estética de la fotografía anterior, pero con una reducción del tamaño del candelero, apreciándose perfectamente una nueva saya tipo acantos, tan de moda en estas fechas. En la siguiente década, periodo de renovación de la cofradía, la Virgen ve enriquecido su ajuar con una corona de plata (Fig. 4), un nuevo manto de camarín y la saya de salida, atribuida al taller de las Atúnez (Fig. 3), obras que sí se conservan y han sido restauradas recientemente.

Estas incorporaciones supondrán un cambio en la vestimenta, pero conservando aún la estética decimonónica de pecherín de gasa bordada y alzacuellos, de los que no se desprendió hasta los años 20, 30 del siglo XX (Figs. 3 y 4). Lucía el alegórico corazón de plata y una curiosa profusión de anillos que ha mantenido hasta nuestros días, aunque algo más mermados. Finalmente cabe destacar la postura de las manos que se adopta como canónica hasta los años 70, acercando al rostro su mano derecha y quedando la izquierda a la altura del pecho (Fig.4).

Dejando correr el tiempo nos plantamos en los tan movidos años 30 del siglo XX, cuando la cofradía y con ella la imagen de la Soledad, experimenta un nuevo esplendor, materializado en la nueva adquisición del conjunto de manto y palio de Rodríguez Ojeda que dará un giro a la estética de la hermandad. En Sevilla ya se ha producido la gran revolución en la estética de la Semana Santa de la mano de grandes personajes como el genial Rodríguez Ojeda; novedades que no tardarán en llegar a Cantillana de la mano de doña Pastora Solís Rivas, vestidora de la Virgen desde esta fecha a los años setenta. A ella se debe la acertada incorporación del tocado de gasa recto (Figs. 5 y 6), que imprimió a la Soledad, una singular personalidad, favoreciendo indudablemente sus rasgos.
Nuevamente sufre un cambio, esta vez en sus manos, ya que por verdadero deterioro o intento de actualizar a la imagen, le son talladas unas nuevas por el célebre Sebastián Santos (Fig. 6), quien pinta además otra nueva encarnadura.
A este cambio, quizás el mayor de su historia, se añade la incorporación del pollero (hierro que circunda en vertical a la imagen para separar el manto del hombro y hacerla más ancha), (Fig.7) así como los recogidos laterales del manto, bajo la influencia de lo que podríamos denominar moda macarenesca, que poco o nada tiene que ver con la estética que nuestra imagen ha seguido en el transcurso de su historia y por lo tanto no le es propia.

Desde este periodo de las últimas décadas del siglo XX a la actualidad, las alteraciones de su estética se suceden, incluyendo continuamente rasgos impropios que irán desvirtuando su imagen egregia y austera, de gran señora y antiguo icono de ancestral devoción. Así llegamos al presente, donde conscientes de los valores perdidos, aflora un nuevo espíritu de recuperación de las formas propias, mirando siempre al pasado; esto permite valorar aspectos materiales y estéticos olvidados u ocultos, que se están sacando a la luz y son objetos de importantes restauraciones e incorporaciones, como la del manto de salida, la corona de plata, el tocado de gasa recto y una larga lista de pequeños detalles que permiten devolver a la Soledad parte de su esplendor.

Estamos seguros que nunca es tarde para rectificar si la dicha es buena, y en este caso, si que lo es. Ese es nuestro objetivo, el que queremos que todos compartan y apoyen, porque encuentran sobrada justificación si así podemos volverá ver una Soledad con personalidad propia, antigua, austera y solemne, digna de la Augusta Patrona de Cantillana.