viernes, 10 de abril de 2015

Septenario en honor de la Santísima Virgen de la Soledad

Como es costumbre desde tiempo inmemorial, el Septenario en honor de nuestra Patrona fue el prólogo de la Semana Santa, reuniendo a cientos de cantillaneros en torno a la Madre Dolorosa. En esta ocasión la Virgen ha lucido la estola de la Pasión y la corona de plata del siglo XVIII, presidiendo desde su camarín el altar de cultos que ha instalado la priostia de nuestra hermandad.  Junto a la Virgen de la Soledad, se situaron las imágenes de los acompañantes del duelo, San Juan y la Magdalena. El exorno floral estuvo compuesto por rosas y lilium en tonos blancos. Llamó la atención la incorporación de los ángeles pasionarios del siglo XVIII de Bautista Patrone con atributos pasionarios, así como la cera del Altar con los escudos de la Orden Servita, del Arzobispo de Sevilla y el Obispo auxiliar y los del Papa Francisco y Benedicto XVI


































Si las dulces palabras del ángel
Inundaron de gozo tu alma,
de un profeta la fúnebre calma
la llenó de amargura y dolor.
Te predijo que Aquel que en tus brazos
presentabas al templo piadosa
en la cima del Gólgota umbrosa
le verías morir en la Cruz.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.


Si los Reyes de Oriente adoraron
al Infante, Dios Hombre en pobreza,
un tirano con odio y fiereza
degollar los infantes mandó.
Y del fiel corazón traspasado,
las maternas delicias ostentas
y al Egipto, Señora, te ausentas
con el Hijo que al mundo salvó.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.

¿Quién es esa Mujer que angustiada,
vacilante y llorosa camina?
¿quién es esa Mujer tan divina?
¿quién es esa Mujer celestial?:
esa triste Mujer es María
que en el templo perdió a su Hijo amado
y en su rostro divino ha grabado
la congoja su huella fatal.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.

Si en el Santo Lugar le perdiste
a tu amado Jesús, hallas luego
y conoces la voz que con fuego
entre doctos, sapiente arguyó.
En la calle Amargura, María,
ya lo encuentras sangriento, agotado,
con el peso del leño cargado
de ese leño mortal do expiró.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.

Del discípulo amado en compaña
abatida a tu Hijo seguiste
y de agudo dolor presa fuiste
cuando al Monte Calvario llegó.
Allí el eco repite el sonido
de martillos, clarines y voces,
lo suspenden, oh Madre, y entonces
al Dios justo clavado se vio.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.

Oscurécese el sol de repente,
se cumplió la fatal profecía.
Mira, mira a tu Hijo, María,
mira, mira, cadáver está.
Ya desciende del árbol sagrado
y en tus brazos lo ponen. Señora..
Tu pecho que amante le adora
el puñal de dolor hiere ya.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.

Hijo mío, exclamaba, quién puede
comparar tan terrible martirio.
Quién al ver de tu Madre el delirio
dura muerte intentara, traidor.
Del sepulcro la losa te oculta
a esos hijos que les riega el llanto.
Sola quedo. Hijo mío, y por tanto
sólo espero morir de dolor.
¡Por tus dolores ten compasión!
Pide y alcanza nuestro perdón.